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Pregón a San Rodrigo, mártir

Asunción y Ángeles y Demonios (IV-V)

La devoción a la Virgen de la Sierra durante el período de la Ilustración (I)

04.05.20 - Escrito por: Antonio Moreno Hurtado

Desde mediados del siglo XVIII, en un periodo en que se cuestiona mucho el papel de las cofradías y conventos y su interés económico y social, la devoción a la Virgen de la Sierra se mantiene y aumenta con donaciones importantes y la frecuente solicitud del pueblo de su presencia en Cabra en momentos de crisis, como el terremoto de Lisboa, plagas, varias epidemias e incluso dos milagros a principios del siglo XIX, uno de ellos totalmente desconocido hasta ahora.


En el verano de 1755, la provincia de Córdoba sufrió una gran plaga de langosta. El día 1 de noviembre de 1755 se produjo un terrible terremoto en Lisboa, seguido de tres tsunamis, que causaron gran cantidad de víctimas y daños materiales en una enorme área de influencia, con efectos notables en varios países europeos. En España fue especialmente fuerte en la zona occidental de Andalucía y en toda Extremadura.

Con respecto a Cabra, en la documentación que conserva la Real Academia de la Historia, se dice que "empezó a las 9 y cuarto de la mañana y duró 14 minutos, con movimiento de Norte a Sur; el ruido subterráneo se sintió como un cuarto de hora antes, y se notó la palidez del Sol y el temor hasta en los Irracionales. Se vertió el agua de las Fuentes y la Capilla mayor y torre de la Iglesia quedaron sentidas por varias partes. Los cinco Conventos de Religiosos, y dos de Religiosas padecieron algo. Del Castillo del Conde cayeron las Almenas sobre las viviendas, de que resultó maltratarse mucho. Los Arcos de las Casas de Ayuntamiento y la torre del Reloj se quebrantaron: se arruinó en parte una casa y otras se lastimaron no poco. Padecieron las Ermitas especialmente la de nuestra Señora de la Soledad en la que se derrocó la Linterna de la Capilla mayor. Repitió al amanecer del día 17, por dos minutos, sin perjudicar mas que a algunas casas".

Como era de esperar, la reacción de los egabrenses fue dirigirse, una vez más, a su santa patrona, la Virgen de la Sierra. Un recurso habitual en todos los momentos de crisis, por epidemias, guerras, sequías, inundaciones u otro tipo de circunstancias adversas. Don Lorenzo de Vela y Ortega, militar oriundo de Cabra, dedicó, con ese motivo, a la Virgen de la Sierra unos "métricos afectos gratulatorios y clamorosos" como agradecimiento a la Patrona por su influencia para evitar que el desastre fuera mayor en Cabra.

Perdidas las cinco primeras estrofas, el poema se inicia con la número seis, en que se hace referencia al temblor de la tierra en el día de Todos los Santos y el miedo general de los vecinos de Cabra. Más adelante, se describe el traslado de la Virgen a Cabra y una Procesión General de acción de gracias. Ocurre justamente cuando inundaba España un movimiento ilustrado que ponía en duda la validez de lo espiritual, visto casi exclusivamente desde un punto de vista económico. Una tendencia a la que, curiosamente, pronto se iban a unir algunos prelados españoles, poniendo en peligro la continuidad de las cofradías y hermandades religiosas.

En abril de 1775 bajó la Virgen de la Sierra a Cabra, con licencia del obispado, para implorar a Dios por mediación de Ella "el beneficio de la lluvia". Pero el regreso a la ermita se demoró bastante. Llevaba la imagen en Cabra casi año y medio, cuando el vicario, don Nicolás de Castro y Burgos, en septiembre de 1776, decidió su regreso al santuario. Esta postura produjo el desagrado de los vecinos, de modo que el Síndico Personero del Cabildo Municipal y los Diputados del Común elevaron una petición al Concejo local para que interviniera oficialmente. Expusieron en su escrito "que las resultas que puedan berificarse de no darse la providencia que llevamos suplicada, no sea de nuestra cuenta y riesgo y sí de quien aya lugar, pues nosotros, mobidos por los clamores del pueblo e instancias que se nos hacen, emos puesto las diligencias que estan de nuestra parte". La postura está clara. Ellos han hecho todo lo que les corresponde, pero la decisión es de otros.

El Cabildo, reunido el día 5 de septiembre, acordó apoyar la petición recibida, recalcando los favores recibidos de la Virgen, las valiosas limosnas de los fieles y la necesidad de mantenerla en la parroquial, mientras se le terminaba de hacer un rostrillo de oro y piedras preciosas "por artifices de especial abilidad de la Ciudad de Córdoba y se interesa este Aiuntamiento en que se concluia y se ponga a su Imagen antes de que se debuelba a su Iglesia y en que, hasta se verifique la conclusión de la zitada alhaja, permanezca en esta villa". Por ello, se acuerda suspender el traslado y visitar al vicario y al hermano mayor de la cofradía, don Pedro Ignacio de Lorite, "para cerciorarse de lo acordado". También se acuerda hacer una procesión general el día 8 de septiembre. El Obispado ratificó la decisión del Cabildo y autorizó, con fecha 14 de septiembre, la permanencia de la imagen en Cabra hasta "pasados tres días de Pascua de resurrección del año próximo venidero de mil setezientos setenta y siete". A pesar de ello, el Vicario se mantuvo en su postura y, cuando fueron a mostrarle la autorización episcopal, "dijo en altas voces, ya está todo acabado, la Virgen de la Sierra se la llevarán a la mañana dos del corriente...". Pero el Vicario rectificó luego su postura, lo que aceptó el Cabildo en su reunión del día 12 de octubre, recalcando la necesidad de que "se conserve la paz y la tranquilidad al común".

El rostrillo se terminaría en el año 1780, como veremos a continuación.

El día 31 de agosto de 1776, ante el escribano Juan Romero Sabariego, don José Aguayo Rosa y Morales, conocido como el Indiano, dona a la Virgen de la Sierra una lámpara de plata, que entrega a su hermano mayor don Pedro Ignacio de Lorite Enríquez de Herrera. En el momento de la donación, Aguayo ocupa el cargo de Jurado del Ayuntamiento de Cabra. La lámpara es de forma cónica acentuada; la copa y la campana superior llevan estrías salomónicas. La copa que forma su base tiene un diámetro máximo de 61 centímetros. Mide unos dos metros de altura.

El lateral derecho de la ermita, que da a poniente y sufre directamente el efecto de los temporales, tenía que ser reparado cada cierto número de años y restaurados sus retablos e imágenes, dañados por la humedad.

En 1777 se pintaron y estofaron las imágenes de San Pedro, San Francisco de Asís, San Francisco de Paula, San Agustín, San Juan de Dios y San Rodrigo. Costó cada una 120 reales.

En 1778 se doró el retablo de Santo Domingo en la ermita y costó 1.364 reales. En este mismo año, don Francisco Javier Pedrajas hizo las tallas de la media naranja, de pino de Flandes. Cobró 1.992 reales. El mismo año, Francisco Guardeño, maestro de cantero de esta villa, hizo la columna y capitel para el púlpito, la gradilla del santuario y la de la iglesia. Importó todo 124 reales y medio. Francisco Guardeño hizo también, en el mismo año, un púlpito, que costó 945 reales. Su dorado y el del tornavoz costaron 1.100 reales.

En 1779, Francisco Miguel Amaro doró y pintó la media naranja. Cobró 3.000 reales. Por el dorado y pintura del altar de San Francisco de Asís cobró 1.364 reales. En un Inventario de la cofradía, de 1779, se hace mención a un vestido completo, de lama de oro, carmesí, que tiene la Virgen, con tres órdenes de dormidos de plata en forma de ramos, forrado de tafetán azul. En el Inventario se dice que lo dio a la Virgen el Gran Capitán. No se refiere a don Gonzalo Fernández de Córdoba, suegro del cuarto conde de Cabra, en activo a finales del siglo XV, sino a otro Gonzalo Fernández de Córdoba, hijo del séptimo conde de Cabra, militar, bautizado en Cabra el día 6 de enero de 1586. Fue Príncipe de Maratea, del Consejo de Estado, General de las Católicas Armas en Alemania e Italia y Virrey de Milán. Se le conocía en su tiempo como el segundo Gran Capitán. Murió el día 16 de febrero de 1635, cuando ocupaba el cargo de Comendador Mayor de Aragón. Se enterró en el convento de dominicas de la Madre de Dios de Baena.

En el mismo año 1779 hay inventariadas tres Bulas de Su Santidad, concediendo indulgencia plenaria al Santuario de Nuestra Señora de la Sierra.

En 1780 se terminó el rostrillo de la Virgen por el platero de Córdoba, Francisco Galindo y Morales. Pesa 15 onzas y 5 adarmes que, a 20 pesos la onza, se valoró en 4.594 reales. Por la hechura cobró 675 reales, además de 142 "quilates fuertes" de esmeraldas que, a razón de 40 reales cada uno, valían 5.680 reales, aparte de un anillo de oro que está colocado en dicho rostrillo. Hizo la tasación don Juan de Luque Leiva, Fiel Contraste del Gremio de Plateros de Córdoba, que señaló su valor total en 11.549 reales. A lo que se había de agregar los gastos hechos por el artista en viajes, dibujos, etc., que importaron 439 reales. Para esta obra se tomó como modelo el rostrillo de Nuestra Señora del Rosario, de la iglesia de San Pablo, de Córdoba.

En 1781, Antonio José de Santa Cruz, platero de Córdoba, hizo para le cofradía una Custodia y compuso un cáliz, en el precio total de 520 reales.

En 1784 se compraron a don Miguel María Carvajal los doce Ángeles lampareros que había en toda la iglesia, en el precio total de 3.000 reales.

En 1787 se pusieron dos campanas, que costaron 2.096 reales.

En el año 1788, siendo hermano mayor don Pedro Ignacio de Lorite, como agradecimiento de los devotos por la intercesión de la Virgen en la finalización de una grave epidemia de fiebres tercianas, que había asolado la villa de Cabra durante casi un año, se encargaron al platero cordobés Andrés Portichuelo varias joyas. Una corona de plata sobredorada que costó 3.055 reales. Un rosario de oro, que costó 2.370 reales y un cetro de plata sobredorada, por el que se pagaron 953 reales.

En ese mismo año de 1788 se doraron las pilastras de todo el cuerpo de la iglesia, se labraron diez golpes de talla para acabar de vestir las paredes, las cornisas, cuatro arcos de la bóveda, tres florones, 46 estrellas, las aristas de la dicha bóveda y otros distintos trabajos de talla. Costó todo 6.613 reales.
Don Pedro Ignacio Lorite costeó el retablo y la imagen de San Pedro, que estaba a la derecha del altar mayor. Importó todo 6.000 reales. Este altar era de madera tallada y dorada y tenía a los lados a San Roque y a Santa Brígida.

El de Santa Ana tenía a los lados a San Zacarías y Santa Isabel. Los donó don Juan Rufino Cuenca-Romero, canónigo de Málaga y arcediano de Ronda.
El hermano mayor don Pedro Ignacio de Lorite dejó en testamento a favor de la cofradía el alcance que ésta tenía con él, por un importe de 24.672 reales. Fue enterrado delante del presbiterio de la iglesia de la ermita.

En 1789, Francisco Miguel Amaro, dorador de Cabra, doró las estrellas y golpes de talla de la media naranja, la cornisa, pechinas, forro del arco toral por dentro, testeros de los dos retablos y todo lo que quedaba dentro de la capilla mayor. Además, raspó y volvió a dorar el retablo de San Juan de Dios. Todo costó 6.154 reales.

El mismo artista pintó, encarnó y estofó las imágenes de Santa Bárbara y San Rodrigo, doró dos retablos del cuerpo de la iglesia y otras cosas del mismo cuerpo de la iglesia. Costó todo 10.619 reales.

El mismo doró los altares de San Francisco de Paula y San Agustín, que costaron 1.400 reales cada uno. Doró y estofó, además, los 12 ángeles lampareros, por lo que cobró 2.640 reales.

Las religiosas dominicas de San Martín regalaron a la cofradía la imagen de Santo Domingo. La de San Agustín la donó don Nicolás de Castro y Burgos, vicario de esta villa. La de San Juan de Dios la costeó doña Manuela de Lorite y le costó todo, sin el dorado, 1.400 reales.

En marzo de 1791 se celebró en Cabra una solemne novena de rogativa, por falta de lluvia, en honor de la Virgen de la Sierra, predicando los sermones don Antonio Nogués Acevedo y don Juan José de la Torre Castroverde, catedráticos ambos del Colegio de la Purísima Concepción.

El día 4 de septiembre de 1792, el obispo de Córdoba don Antonio Caballero y Góngora autorizó la ampliación del claro del camarín y el trono correspondiente.
El trono o peana del camarín se hizo de mármol negro y todavía se conserva al pie del Cristo del Picacho.

El 8 de septiembre de 1792 se empezó a sacar el Santo Rosario por las calles y desde esa fecha hasta el 21 de noviembre de 1795 se recogieron de limosna 6.625 reales. Se gastaron en faroles, cera y demás 6.891 reales. Salía este Rosario de la capilla o porciúncula de la Virgen que había debajo del Arco de la Villa, que todavía se conserva.

Por otra parte, el día 12 de mayo de 1793 los egabrenses solicitaron del vicario don Marcos Fernández del Villar que se bajase la Virgen a Cabra, lo que se hizo con licencia del Obispo.

En el año 1794, con limosnas de los fieles, se hizo un peto de oro para la Virgen. Lo hizo don Diego de Vera y Torres, artífice del obispado de Córdoba, siendo hermano mayor don Pedro Enríquez de Herrera. Pesó 25 onzas y cuarta de oro. Está sembrado de diamantes y esmeraldas. Se emplearon también en su factura dos onzas y seis adarmes de plata.

El día 14 de mayo de 1795 la cofradía pidió licencia al Obispo para hacer una obra de reparación en la ermita, a causa de los desperfectos ocasionados por un furioso huracán, ocurrido el día 16 de marzo anterior. Además, el día 7 de mayo una centella había destrozado retablos, vidrieras y otros enseres de la ermita. Obtenido el permiso, don Antonio de Figueroa, maestro mayor de las obras del duque de Sesa valoró la obra en 11.280 reales, con fecha 17 de julio de 1795.
Ese mismo año, don Juan Gómez Enríquez, visitador del obispado, ordenó a la cofradía entregar al capellán los réditos de 7 capitales de censos, que importaron 435 reales y 33 maravedíes.

En 1798, don Manuel de Rivera, vecino de Madrid, grabó en cobre una lámina de la Virgen e imprimió con ella 500 estampas. El coste total fue de 1.900 reales.
En el año 1798, el pueblo se amotinó, ante una pertinaz sequía, porque quería que la Virgen bajara a Cabra a resolver el problema. Pero no se tenía licencia del gobernador eclesiástico que, al concederla, "censuró el indiscreto celo del Vicario por no haberla pedido a tiempo y evitar el tumulto". Desempeñaba la vicaría, por entonces, don Cristóbal de Ágrela y Zafra.

En el año 1800, la cofradía recibió una lámpara de plata cincelada, de 40 centímetros de diámetro, que lleva los punzones del platero cordobés Mateo Martínez.

En noviembre de 1803, se bajó a la Virgen a Cabra para "implorar su protección con motivo de la epidemia reinante en Málaga". Se trataba de la fiebre amarilla, que se había iniciado en Cádiz en el año 1800.

En las cuentas del año 1804, se dice que el salario del santero era por entonces de dos fanegas de trigo al mes.

En el mes de octubre de 1810, el Ayuntamiento de Cabra recibe instrucciones para el control de un nuevo brote de fiebre amarilla que se había extendido a lugares como Orán, Cartagena y Ceuta. Se ordena tomar precauciones con todo forastero que llegue de esos lugares y que los vecinos denuncien los casos que conozcan, so pena de 50 ducados de multa. Hay que hacer un control de personas, animales y objetos procedentes de Málaga; lo que se haría en las dependencias del convento de San Francisco de Paula. También, se prohíbe que cualquier médico o curandero atienda a estas personas, bajo la misma pena.
Desde enero de 1810 a diciembre de 1814 se juntaron de limosna, en Cabra y en otros pueblos cercanos, para el culto de la Virgen, 1.664 reales.

En agosto de 1810 se vendió el trigo de la cofradía a 40 reales la fanega. En 1811 a 102 reales. En 1812 a 150 reales. En 1813 a 300 reales y en 1814 a 96 reales. Una prueba evidente de los efectos de la guerra de la Independencia en la zona rural y sus productos.

Continuará...

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