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Asunción y Ángeles y Demonios (IV-V)

La Virgen de la Sierra en el verso de Antonio Roldán Manjón-Cabeza

03.03.19 - Escrito por: Antonio Suárez Cabello

A Antonio Roldán Martínez

La mirada lírica de los poetas no oriundos de la ciudad de Cabra a la Virgen de la Sierra despierta en mí cierta curiosidad, y más si los oriundos son de la vecina ciudad de Lucena, aunque poetas locales como Juan Soca, Pedro Iglesias o José J. Delgado dejaron constancia en sus versos de la admiración a la Virgen de Araceli. El universo poético-religioso vinculado a las Patronas parece que encuentra en lo espiritual una mejor conexión entre las dos ciudades. Acaso porque este encuentro de versos se produce en la misma bóveda azul protectora de muchos anhelos piadosos.

Hoy queremos acercarnos a los octosílabos del poeta Antonio Roldán (Lucena, 1905-1988), un lírico que se inspiró siempre en lo popular y entrañable de sus gentes y su tierra, y que no obvió dedicarle un poema a la Virgen de la Sierra. Eso sí, compartiendo versos con la Virgen de Araceli. Algo parecido le sucedió a José J. Delgado (1920-1991), años después, en su poema titulado "Bajo el mismo cielo" (El Popular, 1960) que comenté en un artículo publicado en La Opinión digital hace algún tiempo.

En el horizonte del paisaje de las dos ciudades, que se puede contemplar desde lugares urbanos, siempre aparece elevando su silueta las respectivas ermitas, las casitas blancas que se hacen más atrayentes en los días luminosos, así que no es de extrañar que la voz poética del lucentino quisiera unir en su pasión lírica las dos advocaciones. Ya se produjo, hace bastante tiempo, un hermanamiento literario poniendo en el mismo día el nombre de Juan Valera (en Lucena) y Barahona de Soto (en Cabra) a calles céntricas de las respectivas ciudades.

Antonio Roldán acude en la primera estrofa de su poema al cantar lucentino por excelencia: el fandango de Lucena, elevado a la máxima expresividad y grandeza en la voz del cantaor egabrense Cayetano Muriel. Un cantar que para el poeta podría empezar de otra manera:

"No tengas pena ni llores
si llevas por nombre Sierra..."

Pero si estamos dispuestos a entonar la copla, nada mejor que utilizar versos del poema para interpretar este tipo de fandango, encuadrado dentro del área malagueña según Ricardo Molina, que constituye una forma expresiva de las muchas señas de identidad andaluza:

"Qué bien suena este cantar.
Este cantar, qué bien suena.
Dos poblaciones cercanas,
las dos hermanas gemelas.
¡Nombres de mujeres guapas!
¡Nombres de Vírgenes bellas!
¡Son musas inspiradoras
con que sueñan los poetas!"

La belleza plena de la Virgen asociada a esa semejanza con la belleza de la mujer de la tierra; el piropo forma parte también de nuestra idiosincrasia. Las "mujeres guapas" de los dos pueblos encuentran el reflejo de su belleza en el líquido transparente o en el amarillento rojizo metálico. La mujer de Cabra "con orgullo se contempla... en la Fuente de su río...", y aunque García Lorca elogie el agua de Lucena como cristalina, la mujer lucentina, en cambio, ha de buscar su espejo "en el brillo de los bronces".

En la mitad del discurso poético germina la alusión a las casitas que rompen la linealidad del paisaje en uno y otro horizonte; es la mirada a la cumbre. Pedro Pedrosa, sacerdote lucentino-egabrense, en su canción "La casita blanca", a la que puso música el maestro Rodríguez, escribía: "La Virgen de la Sierra desde la altura / como plácida estrella su luz fulgura [...] Su ermita es para Cabra faro del cielo, / iris de la esperanza, dulce consuelo / ella guarda la Virgen de sus amores / el bálsamo precioso de sus dolores". Antonio Roldán, poeta lucentino, versifica en métrica popular esos sitios de permanente culto, y los convierte en estuches que guardan la más preciada joya: su Patrona; también Divinas Pastoras porque si Jesucristo fue el Buen Pastor su madre, la Virgen, también ha de ser Pastora de las almas:

"Dos Ermitas en las cumbres
de dos elevadas Sierras,
son los estuches que guardan
las más preciadas estrellas.
¡Las dos madres vigilantes!
¡Las dos Virgencitas buenas!
¡Las dos pastoras divinas
que por sus rebaños velan!"

En los últimos versos de la lectura poética vemos la meditación que da título al poema "Una Virgen y dos Pueblos" (El Popular, 1948): Madre no hay más que una, aunque "Ella su imagen refleja / en dos espejos distintos / para así de esta manera / poder cobijar sus hijos / y tenerlos más de cerca". Una reflexión que también encontramos en Juan Soca: "La Virgen de Araceli y la Virgen de la Sierra son dos advocaciones en un mismo espíritu, amparo y guía de los corazones lucentinos y egabrenses".

Nuestro poeta, Antonio Roldán, en su actividad creativa compuso cantares y coplas que pueden servir como plegarias para las dos Imágenes, y no me resisto a transcribir algunos de ellos aunque tenga que hacer una digresión en mi artículo:

"Cuando la muerte me llame,
dile a mi Virgen bonita
que no vaya a abandonarme".

"Ante el altar de la Virgen
me arrodillé la otra tarde,
a pedirle por mis hijos
y a rezarle por mi madre".

"Si vas a la Sierra a verla
dile que no puedo ir,
y rézale una plegaria
por los míos y por mí".

"Cuando suena la campana
anunciando el nuevo día,
pienso en mi Virgen Serrana
y rezo un Avemaría".

"Un ramo de rosas blancas
hacia la ermita subía,
y el sol me las fue secando
sin saber bien lo que hacía".

Volviendo nuevamente al poema, después de este breve paréntesis lírico, encontramos en su parte final al poeta lucentino Antonio Roldán vitoreando a ambas patronas, en un grito conjunto que suena "como un crujir de cañones / que hace estremecer la tierra":

"¡Viva la Virgen de Aras
y la Virgen de la Sierra!"

Con estas exclamaciones, que compartimos, finalizamos el acercamiento al poema de Antonio Roldán, cuyos versos nos introducen en ese laberinto de las raíces más populares de los pueblos como son las fiestas patronales y sus devociones marianas.

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