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Ver, mirar, sentir
31.03.23 - Escrito por: Antonio R. Jimenez-Montes
La Semana Santa está a punto de comenzar. Este Viernes de Dolores casi todo está a punto y las cofradías ultiman preparativos para una semana en la que los sentidos serán protagonistas para ir más allá de lo sensible y entrar en el profundo mensaje que nuestras cofradías nos presentan en ocho días intensos y llenos de contenido.
Veremos salir los pasos de sus templos, contemplando cortejos cargados de significado que, más allá de lo que podamos comprender, nos ofrece un contenido significativo y único que, incluso sin ser del todo entendido, nos atrae y nos lleva a lo trascendente. Miraremos las imágenes de nuestras cofradías con las que, de una u otra forma, nos sentimos íntimamente unidos y que nos llevan a recuerdos de infancia y familia, de amistad y correrías, de cofradías y de religiosidad. Sentiremos que somos parte de algo que se nos escapa de nuestro intelecto racional y próximo para ir más allá de lo que pueda explicarse sin otro condicionante que lo que está a flor de piel o muy internamente imbricado en nuestro cúmulo de recuerdos y vivencias.
La identificación con la que la Semana Santa nos hace partícipes se hace mística, simbólica e incluso incomprensible, por mucho que queramos escapar a ella. Nos sentimos parte de un ritual con el que, de una u otra forma, estamos identificados más allá de lo sensible para ir hacia una perspectiva evocadora que nos sitúa en ámbitos de los que, sin darnos cuenta o dándonos perfectamente, formamos parte.
La esfera sensible del tiempo, de las personas o del rito en el que participamos. El lugar y el espacio en el que los elementos que podrían parecer normales devienen en simbólicos, la simbiosis entre la vida cotidiana y aquella otra que parece extraordinaria, la forma en la que participamos como meros espectadores o en los que nos sentimos partícipes, todo ello confluye en una experiencia simbólica que, más allá de lo puramente externo, nos hace formar parte de un todo donde fe, religiosidad, tradición, emoción y vivencias, conforman una canalización en la que experiencia nos une al lugar y a la memoria que hunde sus raíces allá donde descubrimos la esencia de los sucesos de la Pasión de Jesús, único elemento imprescindible en una tradición que nos lleva a la identidad colectiva de lo que supone la Semana Santa.
Hoy, como ayer, todo tiene sentido y cobra especial relevancia para poder traspasar la frontera de los sensible y mundano para trascender desde lo que experimentamos de manera comunitaria, en la vivencia de lo religioso y tradicional, que nos hace percibir el sentido de pertenencia.
Y así, casi sin darnos cuenta o siendo plenamente conscientes, formamos parte de eso que ha venido en llamarse "religiosidad popular", y que como decía el directorio de la Piedad Popular «se refiere a una experiencia universal: en el corazón d- e toda persona, como en la cultura de todo pueblo y en sus manifestaciones colectivas, está siempre presente una dimensión religiosa. Todo pueblo, de hecho, tiende a expresar su visión total de la trascendencia y su concepción de la naturaleza, de la sociedad y de la historia, a través de mediaciones cultuales, en una síntesis característica, de gran significado humano y espiritual».
Por eso, cuando estamos a las puertas de una nueva Semana Santa, la de este año 2023, nuestra manera de ver, mirar y sentir nos llevará a formar parte de algo que escapa a nuestro raciocinio o que surge de la plena consciencia de lo que queremos vivir. Y las cofradías en la calle, las celebraciones en los templos y los rituales que vamos a presenciar o de los que formaremos parte, nos van a llevar - en palabras del jesuita Daniel Cuesta - a tener la oportunidad de «conmemorar el acontecimiento fundamental de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que los cofrades unimos indisociablemente a los dolores y gozos de su bendita Madre».
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