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Via Crucis
04.04.14 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Hoy, como quinto viernes de Cuaresma, el rito de la víspera nos trae el Vía Crucis del Señor de la Oración en el Huerto.
Hoy, entrar en la Asunción es hacerlo en un refugio de silencio y soledad, que espera con aparente calma a que un coro de túnicas peine el aire de blanco y rojo, con cirios y pabilos sin encender. Allí estará la oración erguida en una peana y envuelta en ese olor que dejan los templos estos días, como si de repente volviera a resucitar el incienso recordándote el aroma que llevas grabado a fuego en tu alma, desde que apenas levantabas dos palmos del suelo y ondeabas aquella rama de olivo bajo el sol de la primera mañana.
Es un Cristo que siempre espera arrodillado. No se cansa, no duerme. Por mucho que tardes allí estará, para que cruces el puente del sonido mundano de la vida cotidiana y escuches la voz que te susurra al oído desde el otro lado de la cancela. Esta noche andará sobre la plegaria barroca del clarinete, mientras las estaciones irán desgranando su letanía de voces en las calles del viejo barrio del Cerro, donde el corazón de la hermandad también late como el recuerdo del pasado que fue.
Esta noche el perfil de Miñarro quebrará el blanco de la cal de las paredes, ahora que el mes de abril nos trae la luna. Reconoceremos al Señor en la sencillez de una túnica morada, para que este viernes tenga el color del lirio que ya floreció en el huerto de Getsemaní. Hoy, nos llega el Señor en su Vía Crucis entre la penumbra de unas Penas que se secan con el pañuelo de la luz de la Aurora. Cuando la ciudad está muy cerca de descorrer el telón, cuando hay rumores de tambores a punto de doblar la esquina, miraremos al Señor con esos ojos infantiles que arden en deseo de alcanzar el día prometido. Son los labios que esta noche rezarán, los que sueñan impacientes con besar dentro de nueve días el cielo de otro Domingo de Ramos.
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