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Retrato de ilusión
09.04.14 - Escrito por: Mateo Olaya Marín
Para ti. Porque la vida se hace en cada segundo de la primavera. Porque la vida se está gestando y tú me lo estás enseñando.
Hoy eres latido escondido en un regazo, la luz que colorea estas tardes de abril, el corazón que late como el amor de donde has venido. Eres esperanza en pocos centímetros, la grandeza de lo pequeño. Eres sueño de una sonrisa, la misma que le pondrá a las horas un torrente de alegría cuando tus padres más lo necesiten. Hoy eres el comienzo de la palabra, el silencio de un futuro balbuceo. Hoy, lo sé, ya eres el dedo que tendré que estrechar, el dedo que me enseñará una nueva Semana Santa, el dedo con el que anudaré mis recuerdos en las veredas del tiempo, el dedo que irá poniendo nombres a tu particular mundo infantil de inocencia y candidez. Eres el cuerpo menudo al que me abrazaré, el oído al que muy pronto podré hablar, los labios que escribirán en el aire la palabra del principio, la razón de la existencia.
Yo quiero decirte lo que está cerca de producirse: el blanco de la pureza del naranjo, el sol que escalará sobre el azul de la gloria prometida, el olor que se anuncia en la impaciente víspera, la belleza que está haciéndose en el silencioso refugio de los templos, la candelería en la que quiero escribir con su luz tu nombre, la alegría que descansa en la plegaria de la trompeta, la madera de un varal o trabajadera donde se obrará nuevamente el milagro de Lázaro -levántate y anda-, la caricia de una túnica que ya desvela algunos años hasta en sus arrugas y que, si el Señor lo quiere, estará el Domingo de Ramos repartiendo ilusión una nueva Semana Santa albergando en su regazo la mayor esperanza.
Hoy eres los ojos en los que me reconoceré, los ojos con los que lograrás asombrarme el día en que la ciudad es conquistada por la verdad del amor, los ojos con los que descubrirás en un futuro que la vida siempre nace un domingo de luz, en ese rincón de tu pueblo donde amarillean las palmas sobre el celeste del cielo y el corazón se abre para que corra por las calles la sangre de la ilusión. No entenderás por qué a ti vendrá la emoción ante el redoble del tambor o el rostro del Señor. No lo entenderás porque no hará falta.
Lo sentirás, que con eso basta.
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