|
El angelito del Rosario. Lunes Santo
29.03.21 - Escrito por: Francisco Agudo López
En la ladera de la parroquia de Santa Ana unos tibios naranjos esperan en ésta eterna primavera ser gusto del paladar olfativo de sus vecinos y de quien por allí pase. Aun jóvenes brotan sin el menor disimulo. Con el pecho por delante se diría.
Parieron éstos, algo prontos, diminutas perlas blancas por las calores venidas en un febrero que ajusticia el apelativo de loco que le concede refranero popular.
Deslindan la parroquia que emplaza el final de la calle.
De frente es una parroquia humilde, como las gentes que las adentran cuando en su espadaña cantan sus campanas. Corona ésta españada una veleta rematada por una cruz florenzada sobre un férreo orbe.
La Cruz sobre el mundo.
Es en sí, una parroquia acogedora, como debe ser- añade la lógica-, donde el fiel se siente en SU casa, en la de Él y en la suya propia.
Dentro de ella se preparan desde el sábado previo, llamado de pasión, los pasos de la Virgen del Rosario y del Cristo del Calvario. Remozada hermandad derivada de la primitiva del Calvario del XVI de nuestra era, recuperada después de que el culto al Cristo del Calvario se fomentara a finales de los años 60.
La hermandad, humilde también, recibe con los brazos abiertos, tanto como los del Cristo que devociona, a quien se acerca a ella.
Gusta mi costumbre de ver esos menesteres en estos ajetreados días y visitar con ello a mis amigos. Una escalera alcanzaba la mesa del palio, donde la Virgen del Rosario era en esos momentos dibujada de atavíos por los priostes. Algo me llevó a abusar de la confianza de mis amistades y pedí subir a la mesa, para saborear la alegría de unos retratos que endulzaran el tránsito del resto del año.
-Por supuesto, don Francisco. Faltaría más. Usted aquí está en su casa.
Pasaron los ratos allá arriba deleitándome con la oportunidad recibida. Su cara, el Gloria del palio, sus manos... Y a la vuelta, en busca del primer peldaño que pisara mi bajada contemple al Cristo del Calvario, con la mirada de un San Juan incrédulo ante lo que ve. Momento para guardar. Y un angelito asido a los labrados de una vara de alpaca brillante miraba como yo lo hacía, embelesado, la cristiana estampa. El angelito prendido traía en su mano a modo de colgadura tres azucenas entrelazadas. Fe, Esperanza y Caridad, me sugirió el momento. Parecía asomado desde el mismo cielo de ese techo de palio. "Traigo el agua de vuestra salvación". Nos hicimos amigos al instante.
Desde aquel venturoso día lo busco por la calle, donde jubilea con la Madre y airea sus azucenas, como esparciendo sus aromas al océano de miradas de cada Lunes Santo. Ese es mi mejor Lunes. Encontrar al amigo celestial que con sus ojos me enseñó lo que vieron los míos.
Hoy, alborada triste de memoria se que sólo lo veré cuando cierre mis ojos.
Desde mi balcón es hoy denso el aire, o me lo parece. Me entretengo en esperar las canciones de la espadaña, que marcarán los pulsos y la liturgia del día. Justo desde donde estoy veo el cerro del Calvario, en perfecto alineamiento de miradas. La veleta, juguetona, torna su punta y le señala; a él, al cerro del Calvario, perfecta metáfora visual de este Lunes Santo de añoranza. Y entonces sé, aunque no lo vean mis ojos, que a mi lado está mi amigo, el angelito del Rosario que baja a darme compañía y a contemplar conmigo ésta otra alegoría visual.
|
|
|
|
|
|