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El ruido del Silencio
15.05.21 - Escrito por: Eduardo Luna Arroyo
La noche deja de ser oscura a la 1 de la madrugada del Viernes Santo de Cabra, cuando crujen la bisagras del cancel de Santo Domingo de Guzmán. Una sinfonía de cadenas interpretan una obra maestra de formas ancestrales musitando motetes, rezos, plegarias y perdón engarzado entre los huesos de una calavera.
Supo la providencia esperar paciente, sin espacio ni tiempo al que aferrarse, sin siglos, sin años, sin meses, sin días, sin horas hasta que llegó su momento en los años treinta del siglo XX. Ahí, en ese preciso momento, se firma una de las actas más hermosas de la Semana Santa de Cabra, el acta que serviría para iniciar un camino de rosas, espinas, cruz y calvario.
El acta de la fundación de la Hermandad del Silencio, la de negro y cruz, la de hachones iluminando la redención dormida entre columnas salomónicas, descansando en la inigualable obra de Cristóbal de Morales, esperando en su pedestal de mármol y bronce las oraciones y plegarias de miles de egabrenses que han rogado por sus pesares y preocupaciones cotidianas. Cuando se abre la madrugada de Cabra, lo hace en la luminosa oscuridad del Silencio, la noche dibuja pinceladas con tinta de luna, los picos de los capuchones nos hacen ser pequeños en el anonimato indisoluble de unas normas perfectamente marcadas.
Y los motetes, mientras tanto, nos engullen en nuestras miserias, rogando perdón y piedad con la mirada, la voz y el corazón. Nueve décadas construyendo un modelo de Cofradía con unos pilares fortalecidos por la fe al que en su buena muerte, nos espera más despierto que nunca, más vivo, más cercano, más directo, más manso y más dulce a pesar de estar clavado desde hace siglos al madero de las promesas de Cabra.
¿No oyes como viene el Silencio?
¿No ves como la oscuridad y la noche son más claras cuando llega Él?
Disciplina, compromiso, seriedad, inquebrantable responsabilidad para mantener las normas que se dieron en su día, como un sello de sangre grabado en el pecho de nuestro ser cofrade. El Silencio no es una cofradía más, es una forma de ser y sentir, de saber construir una hermandad con cimientos robustos como robles, de entregarse entero y cobijarse en su llagas, en su Socorro. Miras al Silencio y quieres ser como ellos. Lees al Silencio y quisieras escribir con tus labios las mismas señas de identidad. Oyes al Silencio y notas el ruido incesante de su impecable trayectoria, silenciosa y perserverante. Tocas al Silencio y darías tu vida por besar los pies del Crucificado todos los días. Hueles al Silencio y ves una nube de incienso rodeando la historia de la Semana Santa de Cabra.
Y aquellos hombres de negro y verduguillo, herederos de sus primeros portadores, que ofrecen su hombro para que una vez más, nos hagas entender que el mayor de los ruidos es el silencio en una madrugada eterna desde 1931. Ruido de caridad, ruido de sombras, ruido de fe y devoción, ruido de horquillas, ruido de largas filas de devotos que acompañan a tu sagrada Imagen, ruido de quinarios imperdibles, ruido de vía crucis y Sierra, ruido de Santa Lucía, ruido de llanete y calle Priego, ruido de recuerdos por tus hermanos más ilustres, ruido de calavera y tibias, ruido de roca y sangre, ruido Cristo del Socorro, ruido que palpita en nuestro corazón cuando vemos tu silueta en la noche más oscura de la Semana Santa de Cabra.
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